BLOGS DE JOAQUÍN JOSÉ FERNÁNDEZ DOMÍNGUEZ

Una mirada personal al universo de la música, el cine, los libros, el arte y la cultura en general.


Interquerencias:

La música, el cine, el libro, el arte tienden de manera natural el uno al otro. Yo tiendo de manera natural hacia ellos o, ¿quién sabe?, quizá sean ellos los que tienden hacia mí. Dedico mi blog en especial a todos los "interquerentes" que por el mundo son.

Marilyn Monroe lee "Ulysses" de James Joyce

James Dean escoge un disco para escuchar

La calle Concepción de Huelva con una cartelera de la película "Lanza Rota" de Edward Dmytryk, circa 1955

Welcome to my World [ Canción de Jim Reeves]

Allá hallarás mi querencia. El lugar que yo quise. Donde los sueños me enflaquecieron. Mi pueblo, levantado sobre la llanura..., como una alcancía donde hemos guardado nuestros recuerdos. Sentirás que allí uno quisiera vivir para la eternidad. El amanecer; la mañana; el mediodía y la noche, siempre los mismos; pero con la diferencia del aire. Allí, donde el aire cambia el color de las cosas; donde se ventila la vida como si fuera un murmullo; como si fuera un puro murmullo de la vida.

[Juan Rulfo. Pedro Páramo]

En el lenguaje el hombre existe en su hoy, se vive; se siente vivo en su pasado, hacia atrás, se retrovive; y, más aún, se juega su carta hacia el futuro, aspira a perdurar; se sobrevive.

[Pedro Salinas. Defensa del Lenguaje]

Desperté ya entrada la noche. Abajo, Gertrud cantaba una canción popular, la luz de la lámpara estaba encendida. Una lámina transparente con el portal de Belén y la adoración de los pastores brillaba tenuamente sobre la alta cómoda. En la mesa blanca plegable, entre los demás regalos de mi hermano, estaba el cinematógrafo con su chimenea curvada, su lente circundada por el latón delicadamente trabajado y su soporte para los rollos de película. Tomé una decisión rápida, desperté a mi hermano y le propuse un trato. Le ofrecí mis cien soldados de plomo a cambio del cinematógrafo. Como Dag tenía un gran ejército y siempre estaba enzarzado en asuntos bélicos con sus amigos, llegamos a un acuerdo satisfactorio para los dos. El cinematógrafo era mío.

[Ingmar Bergman. Linterna Mágica: Memorias]

Larry (suspira): Oye, quedamos en que si yo iba la semana que viene a la ópera de Wagner tú verías todo el partido de hockey sin rechistar.
Carol: Sí, cariño, ya lo sé. Te lo prometí.
Larry: Yo ya me he comprado los tapones.
Carol: Sí. Pues con la vista que tienes dudo que veas el disco.

[Woody Allen. Misterioso Asesinato en Manhattan. Diálogo entre Woody Allen y Diane Keaton]

Ethan: What you saw wasn't Lucy.
Brad: But it was, I tell you!
Ethan: What you saw was a buck wearin' Lucy's dress. I found Lucy back in the canyon. Wrapped her in my coat, buried her with my own hands. I thought it best to keep it from ya.
Brad: Did they...? Was she...?
Ethan: What do you want me to do? Draw you a picture? Spell it out? Don't ever ask me! As long as you live, don't ever ask me more.

[John Ford. Centauros del desierto. Diálogo entre John Wayne y Harry Carey Jr]

Lady sings the blues
She tells her side
Nothing to hide
Now the world will know
Just what the blues is all about

[Billie Holiday. Lady Sings the Blues]

Si la vida fuese justa, Elvis estaría vivo y todos sus imitadores estarían muertos.

[Johnny Carson]


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jueves, 30 de septiembre de 2010

VUELTA A LAS RAÍCES (Una memoria musical del estío por entregas). Capítulo 6 y último




Capítulo 6. Nina Simone: Brown Eyed Handsome Man / The Blues Brothers: Do You Love Me / Otis Redding: Remember Me

Aquí en la playa no tengo acceso a internet y suelo evitar, en la medida de lo posible, los programas informativos de la radio; el televisor es un mero soporte para ver el cine, los documentales y conciertos que me he traído en DVD. Pero hoy me he decidido a bajar a comprar un periódico. Una noticia capta rápidamente mi atención. Ayer día 28 de agosto, 47 años después y en el mismo escenario (el Lincoln Memorial de Washington) donde Martin Luther King pronunciase su célebre “I have a dream” durante la histórica Marcha sobre Washington, Glenn Beck, agitador mediático y azote de Obama, autoerigido en el “líder espiritual” del movimiento ultraconservador Tea Party, se dirige a sus acólitos movilizados en masa al grito de guerra de “restituir el honor” patrio. Desde el promontorio ataráxico en el que me refugio ante este tipo de situaciones, alcanzo no obstante a solidarizarme en cierta medida con todo aquel que se sienta indignado por las inevitables comparaciones entre ambos eventos que empiezan a aflorar (Beck llegó incluso a reclamar para su movimiento el espíritu del de Martin Luther King ante una muchedumbre en la que la presencia de la comunidad afroamericana era puramente anecdótica). Pero no hay de qué preocuparse. Por mi actividad académica, en buena parte dedicada al contraste entre lenguas, soy plenamente consciente de que sólo puede compararse lo que es comparable, es decir, lo que presenta al menos un mínimo nexo de unión, base imprescindible para el posterior establecimiento de contrastes. Evidentemente, no es éste el caso, puesto que no existe ni un solo átomo en común entre Martin Luther King y Glenn Beck, ni entre el Movimiento por los Derechos Civiles y el Tea Party. Ni que decir tiene que tampoco lo habrá entre la perdurabilidad de los dos actos: 47 años después King y su Marcha sobre Washington siguen indeleblemente grabados en la memoria de buena parte de la población mundial. ¿Quién se acordará de Beck y sus huestes dentro de 47 años, o de 47 meses, o de 47 semanas quizá?. Escuchando en Canal Sur Radio una emisión en diferido del programa “La música de Tom” retorna de nuevo hasta mí la épica lucha por los derechos ciudadanos de la población negra estadounidense. Tom Martín Benítez nos brinda una espléndida selección musical de Nina Simone y de otras vocalistas cuyas órbitas se entrecruzan en una misma constelación musical, como es el caso de la excelsa Sarah Vaughan. Nina Simone puso su enorme talento musical al servicio de la lucha por la igualdad de las razas en su país. No en vano, el activista de los Panteras Negras Stokely Carmichael llegó a referirse a ella como “la verdadera cantante del movimiento”. Para la posteridad ha quedado, por ejemplo, su vehemente alegato antirracista “Mississippi Goddam” (“Alabama’s gotten me so upset” / “Alabama me ha puesto tan triste”), compuesto tras los asesinatos de cuatro niñas negras en una iglesia baptista en Birmingham (Alabama) y del luchador por los derechos civiles Medgar Evers en Mississippi, todos perpetrados por el Ku Klux Klan en 1963. Acabado el programa, el cuerpo me pide coger el CD del sello Universal “Classic Simone” y escuchar la juguetona y vitalista versión que Nina hizo del clásico de Chuck Berry “Brown Eyed Handsome Man”. Nina transforma el tema de Berry en un delicioso caleidoscopio de jazz, blues, gospel y soul que envuelve cálidamente una letra muy arriesgada para 1956, el año en que fue escrita, un festivo alegato en favor de las relaciones interraciales a cargo del Berry cronista sagaz y sarcástico, al tiempo que cariñoso y tierno, de la convulsa época que le tocó vivir. La versión de Nina Simone apareció originalmente incluida en su disco de 1967 “High Priestess of Soul” (“Suma Sacerdotisa del Soul”). Recuerdo haber leído en algún sitio que Nina Simone puede ser considerada como una cantante de soul más por la intensidad que imprimía a sus interpretaciones que porque se mantuviese dentro de los márgenes estilísticos de dicho género. El soul, música caliente, sudorosa donde las haya, siempre me ha parecido un estilo musical cuya audición resulta especialmente apropiada y recomendable durante la estación estival. Tal es así, que durante los días siguientes realizo dos nuevos escarceos por los territorios del soul. Este verano estoy viendo mucho cine italiano de los 60 y 70. Disfruto especialmente de la revisión de un filme que me parece magnífico: “Las manos sobre la ciudad” (“Le mani sulla citta”. Francesco Rosi. 1963). La película, producida en los últimos estertores del neorrealismo y de un altísimo valor documental, representa una efectiva denuncia contra la corrupción de la política municipal y la especulación inmobiliaria en el Nápoles de principios de la década de los sesenta (temas que tristemente siguen de rabiosa actualidad en estos tiempos). El papel protagonista de Eduardo Nottola, el constructor sin escrúpulos, recayó en el gran actor norteamericano Rod Steiger, en una de sus frecuentes y fructíferas incursiones en el cine europeo. A pesar de lo serio y profundo del tema de la película, no puedo evitar traer a mi mente las imágenes de unas pruebas de pantalla de mediados de los 70, para el célebre programa de humor “Saturday Night Live”, en las que John Belushi hacía una estupenda e hilarante imitación de Rod Steiger. Debo reconocer que fue precisamente en un cine de verano de la playa en la que me encuentro donde quedé cautivado por la fuerza del soul cuando vi por primera vez (se había estrenado ese mismo invierno) “Granujas a todo Ritmo” (“The Blues Brothers”. John Landis. 1980). Allí dio inicio también mi entrañable relación músico-sentimental con la figura de John Belushi. Siempre que pienso en él, experimento una sensación cruzada de alegría y tristeza. Quizá sea normal, ya que Belushi es otro exponente más del sueño y la pesadilla americanos: de origen muy humilde, hijo de un inmigrante albanés y de una albanesa-americana, John libó de las mieles del triunfo que en televisión, música y cine le reportó su incuestionable talento, para acabar, sin embargo, siendo protagonista a la edad de 33 años de una triste muerte de hotel provocada por sus excesos con la droga (recuerdo en este momento otra trágica muerte, de motel en este caso, dentro del propio universo del soul, la de Sam Cooke). No poseo ningún gusto macabro en especial por la muerte de personajes famosos, pero sí soy gran devoto de la intrahistoria del cine y de la música, y las circunstancias que rodearon la muerte de John Belushi nos conducen irremediablemente al mundo del celuloide. Belushi falleció el 5 de marzo de 1982 en el bungalow nº 3 del Chateau Marmont, un conocido hotel de Sunset Boulevard, en Los Ángeles. Además de la estrechísima relación del área con el séptimo arte, el propio hotel había sido y seguía siendo un lugar muy frecuentado por las estrellas del celuloide. Sin ir más lejos, la misma noche de su muerte, Belushi recibió en su bungalow la visita de los actores Robin Williams y Robert de Niro. La mera mención del nombre “Sunset Boulevard”, en el contexto de la muerte de un personaje ligado al cine, abre inmediatamente en la mente de cualquier cinéfilo un inmenso ventanal hacia la larga avenida con la que da comienzo la impactante escena inicial de la película que, con el mismo nombre que el elegante barrio angelino, dirigió Billy Wilder en 1950 (“El crepúsculo de los dioses” en español). Avenida a lo largo de la cual llegamos, en compañía de la policía y la prensa, a una lujosa mansión en cuya piscina flota boca abajo el cadáver de un guionista de medio pelo brillantemente interpretado por William Holden. Poco antes de morir, John Belushi grabó un cameo para la comedia televisiva del momento “Police Squad!”: se trataba de una escena en la que aparecía muerto, flotando boca abajo en una piscina. ¿Alguien da más?. Siento la necesidad de despedirme momentáneamente de John Belushi con una nota positiva, por lo que busco un recopilatorio de éxitos de los Blues Brothers y escucho la gloriosa versión que hiciesen en directo del magnífico tema “Do you love me”. Reconfortado, me digo para mis adentros: esto sí que es el “sueño americano”, Belushi, hijo de albaneses, clavando un éxito negro de la Motown de Berry Gordy. Mi último gran encuentro con el soul del verano se produce de la manera más insospechada. Durante esta última semana, he conseguido ver en su totalidad “El laberinto español”, una interesantísima serie de programas sobre la historia de España desde la Guerra Civil hasta la Transición que el escritor y periodista Jorge Martínez Reverte dirigió y presentó no hace mucho en la 2 de TVE. Cada programa consta de un documental y un debate (¡qué goce, dados los tiempos radiotelevisivos que corren, poder escuchar a varias personas sentadas en torno a una mesa para hablar sobre algo de lo que sí saben!). El programa dedicado a la compleja situación sociopolítica de Navarra durante el proceso de redacción de la Constitución de 1978 se ilustra con el documental “Sanfermines 78”, dirigido por Juan Gautier y José Ángel Jiménez. En él se rememoran, con los valiosos testimonios de testigos de primera mano, los trágicos incidentes acaecidos el 8 de julio de 1978 en Pamplona, en plenas Fiestas de San Fermín. Los incidentes, que se iniciaron dentro de la propia plaza de toros al final de un festejo taurino de feria, se extendieron a otras zonas de la ciudad y desembocaron en la muerte del joven militante de izquierda Germán Rodríguez a manos de la policía. La exhaustividad y seriedad del trabajo documental, junto con una acertada propuesta narrativa que combina imágenes actuales con las de 1978, hace que el espectador parezca estar viviendo en primera persona los lamentables sucesos. He leído y oído muchas veces que, durante la Transición, España pasó por momentos muy difíciles. De la verdadera magnitud de las dificultades se cobra plena conciencia con documentales como al que aquí me estoy refiriendo. Siempre he pensado que la memoria sentimental- los sentimientos y emociones que en nosotros han quedado como producto del roce cotidiano con nuestros semejantes en el pasado- es probablemente la más nítida e indeleble de las memorias del ser humano. Tocado ya en la fibra sensible por los emocionantes testimonios que “Sanfermines 78” ofrece de los que conocieron y trataron a Germán Rodríguez, me veo desbordado ya del todo cuando suena, como banda sonora de las imágenes de los pamplonicas en fiestas que cierran el documental, la bellísima y conmovedora canción de Otis Redding “Remember Me”. En la voz intensa, desgarrada, atemporal, cósmica del artista de Georgia, la canción se transmuta en un verdadero himno universal a la memoria, al recuerdo sosegado, emocionado y retroalimentador de los que vivirán mientras perduren en nuestro interior los momentos, felices o tristes, que con ellos pudimos compartir: "Remember me / don't you forget me, child / we are all only here / just for a little while" ("Recuérdame / no me olvides, hijo / todos estamos aquí / tan solo por poco tiempo").

[Aprovecho este momento para dedicar el vivificante tema de Otis Redding a todos los que generosamente hayáis compartido a través del blog mi memoria musical del estío, que aquí toca a su fin.]

Nina Simone: Brown Eyed Handsome Man



The Blues Brothers: Do You Love Me



Otis Redding: Remember Me



jueves, 23 de septiembre de 2010

VUELTA A LAS RAÍCES (Una memoria musical del estío por entregas). Capítulo 5







Capítulo 5. Kitty, Daisy & Lewis: Goin' Up The Country / Imelda May: Johnny Got A Boom Boom

Este verano tengo la inevitable sensación de que hay un concepto que parece tozudamente empeñado en describir interminables círculos concéntricos a mi alrededor: el “vintage”. Creo que si seguimos por este camino, tiene visos de acabar convirtiéndose en una de las grandes categorías “estético-culturales” de este nuevo milenio por el que aún damos, no sin ciertas dosis de inseguridad, nuestros primeros pasos. Escucho la radio, veo la televisión, navego por internet, leo los periódicos, recorro alguna tienda y, por acá o por allá, aparece siempre la ubicua palabrita: “vintage”. A través de la ventana del autobús alcanzo a ver una valla publicitaria con un enorme anuncio de ginebra Beefeater en el que domina una iconografía pop de motivos londinenses; en la esquina inferior izquierda, una modelo con estética a medio camino entre rockera tatuada y pin-up de los 50 me devuelve una sugerente mirada mientras sostiene entre sus manos un transistor radiofónico de época. Ya de vuelta en casa, enciendo precisamente la radio y los contertulios de un programa de sobremesa aplican todas sus virtudes opinadoras a la celebración en Madrid de la Pasarela Cibeles (por lo visto, la moda es otro de nuestros grandes “referentes culturales” en la actualidad); una contertulia avezada en los misterios insondables del mundo de la moda nos da cuenta de que en los diseños exhibidos en la Pasarela se está haciendo patente un dominio de las tendencias vintage, lo que puedo constatar gracias a un periódico gratuito que me he traído del autobús y cuya lectura simultaneo con la audición de la tertulia para sobrellevar el sopor que ésta empieza a provocarme en la calurosa tarde estival: una noticia de la susodicha Pasarela viene ilustrada con una foto a lo chica de calendario estadounidense de los 50 de la top model española Arantxa Santamaría. Unos días más tarde, me doy una vuelta por el Media Markt a la caza de alguna oferta interesante en DVDs. Nada más y nada menos que en una cabecera de novedades me topo con un flamante DVD con una actuación por todo lo alto en el Crazy Horse parisino de Dita Von Teese. Sin duda, al éxito de este singular personaje – un potente compuesto de modelo fetichista, glamurosa stripper y magnificente artista del “burlesque” – ha contribuido, además de su innegable magnetismo físico, su estudiada pose mercadotécnica de starlette del Hollywood clásico combinada con una estética abiertamente vintage a lo Bettie Page, la icónica pin-up de la década de los 50 americana. Al día siguiente, en un programa radiofónico escucho una entrevista a la cantante Vinila Von Bismark (ingenioso el juego de palabras con el nombre, cargado de efluvios imperiales alemanes, de un personaje capital de la mejor época del kitsch marbellí de los 80), que se ha unido al trío rockabilly madrileño The Lucky Dados para grabar el disco “The Secret Carnival” (se me viene rápido a la memoria en este momento un film de terror de serie B de culto “Carnival Of Souls” (“El carnaval de las almas”. Herk Harvey. 1962)). Con un notable desparpajo, Vinila nos regala, a modo de auténtica declaración de principios artística, un curioso totum revolutum donde se entremezclan el vintage, el burlesque, el striptease e, incluso, las acrobacias circenses. Me ha quedado claro: la sombra del vintage es alargada. Tras visionar algunos videos de Vinila Von Bismark & The Lucky Dados (me gusta especialmente el de la canción “Where’s My Sugar?”) reconozco en ellos dos rasgos fundamentales de su muy peculiar proyecto artístico: por un lado, un centro de gravitación musical en el rockabilly desde donde se desplazan con naturalidad a géneros musicales diversos, como el swing, el calipso o la música de cabaret; por otro, una decidida apuesta por una estilizada estética vintage, cuidada al milímetro. Son precisamente éstas dos características que también he encontrado en dos propuestas de corte similar a la de Vinila Von Bismark & The Lucky Dados – una inglesa y otra irlandesa – que apuntan inequívocamente a otro resurgir de entre sus cenizas del ave fénix del rockabilly. Me estoy refiriendo respectivamente al trío de hermanos londinenses Kitty, Daisy & Lewis y a la dublinesa Imelda May. En el videoclip de “Goin’ Up the Country”, excelente versión a cargo de Kitty, Daisy & Lewis del clásico de Canned Heat, todo es calculadamente vintage: mientras oímos a los tres hermanos cantar a una Arcadia campestre donde incluso pueden llegar a obrarse milagros con reminiscencias del episodio bíblico de las Bodas de Caná (“Me voy al campo / me voy a donde el agua sabe a vino”), vemos primero a los cantantes en un precioso blanco y negro, en el que Lewis, con su guitarra acústica y su indumentaria, parece encarnar al Elvis desharrapado de 1955; posteriormente, se hace en el video un color añejo, de celuloide, incluso con sus manchas y defectos, para mostrarnos al trío en unos campos idílicos que producen en mi imaginación un auténtico cortocircuito de referencias cinematográficas y literarias estadounidenses: el inquietante y amenazador campo abierto de “La noche de los muertos vivientes” (“Night Of The Living Dead”. George A. Romero. 1968), las fértiles praderas del inmenso rancho ganadero tejano del personaje interpretado por Rock Hudson en “Gigante” (“Giant”. George Stevens. 1956), y la entrañable casa construida en el árbol a la que se encaraman para vivir Dolly Talbo, su asistenta Catherine y su sobrino Collin en la deliciosa novela de Truman Capote “El arpa de Hierba” (“The Grass Harp”. 1951) y Kitty hace lo propio para cantar en el video. Por su parte, el video de Imelda May “Johnny Got A Boom Boom” (con un calculado guiño en el título al sonido ancestral del famoso blues de John Lee Hooker) nos adentra de nuevo en territorios ya explorados: rockabilly básico, primordial, aderezado con gotas de swing, soul y jazz en la voz de una cantante de belleza céltica, irlandesa que, no obstante, quintaesencia el vintage en su poderosa y cautivadora imagen: santísima trinidad de la pin-up cincuentera Bettie Page (a la que antes nos referimos), la explosiva rockera pionera Wanda Jackson y la bellísima estrella del Hollywood clásico Gene Tierney. El rockabilly de Imelda May suena maravilloso, en toda su atemporalidad y universalidad, con el telón de fondo de las calles de Dublín, que tan entrañables recuerdos avivan en mi memoria. El término inglés “vintage” aúna dos componentes esenciales de significado: la antigüedad y la calidad, lo bueno por su maduración en el tiempo, como un vino de reserva. Creo que, como demuestran los músicos de los que aquí me he venido ocupando, es ésta una receta inmejorable para sonar tremendamente actuales.

Kitty, Daisy & Lewis: Goin' Up The Country



Imelda May: Johnny Got A Boom Boom



Vinila Von Bismark & The Lucky Dados: Where's My Sugar?



Wanda Jackson: Slippin' And Slidin'



Photo Book de Dita Von Teese con el fondo de una remezcla del clásico "Diamonds Are A Girl's Best Friend"












martes, 21 de septiembre de 2010

VUELTA A LAS RAÍCES (Una memoria musical del estío por entregas). Capítulo 4




Capítulo 4. Silvio y Luzbel: Rockin’ Tonight

Estoy convencido, “Live in America” de Paco de Lucía y su sexteto va camino de convertirse en el disco de mi verano. No ha finalizado todavía el mes de julio y creo haberlo escuchado ya cinco o seis veces. Es un CD de 1993 que recoge, con una calidad de sonido espectacular (vibro junto con las propias cuerdas de la guitarra en la telúrica rondeña “Mi niño Curro”), grabaciones en directo en Boston, Nueva York y Oakland (de costa a costa, como en el baloncesto) de Paco de Lucía acompañado por su brillante sexteto. Perfecta integración de esencia flamenca, espíritu jazzístico y percusión latina que, por obra de la alquimia creadora e interpretativa del guitarrista algecireño, produce una aleación sonora de muchísimos quilates. En el interesante libro de Josep Ramón Jove “Vidas de jazz”, Carles Benavent, bajista del sexteto, formado en el jazz y sus músicas aledañas, define con claridad la clave del éxito de su colaboración con Paco de Lucía: “Veníamos de géneros diferentes, pero la expresión era la misma”. Ya entrado agosto, como casi todas las tardes, me siento en el balcón, con la solemnidad del que participa en un acendrado ritual, a contemplar la desaparición de un precioso sol rojizo por entre la verde bóveda de los pinos en la distancia. En ese momento, rasga la atmósfera cero del bochornoso atardecer el estridente sonido de la megafonía ambulante de un vehículo: “Paco de Lucía en concierto el 19 de agosto”. Tras lamentarme porque ese día ya no estaré aquí, reflexiono momentáneamente sobre lo mucho que ha cambiado esta playa desde la primera vez que la pisé, treinta años atrás (“veinte años no es nada”, cantaba Gardel, pero me temo que treinta sí empieza a ser algo). Justo donde el genial intérprete flamenco, estrella con brillo propio a nivel mundial, dará en cuestión de días su concierto ante unas dos mil personas, algo inconcebible no tanto tiempo atrás, hace ya algunos años hizo un bolo veraniego, ante un número reducido de incondicionales, el ya legendario rockero Silvio, verdadero “explorador del abismo” (los vila-matasianos como yo me entenderán). Silvio me abre al completo la espita del recuerdo: aquel verano en que oía sin parar sus ritmos auténticos y febriles y sus impagables letras impresionistas-surrealistas (“Mateo, el niño filipino / los porritos humeando / en la Legión encontraré la solución / sólo ya me queda propio tatuar”); aquel verano de aquel curso en la Facultad en que Silvio nos encandiló con su “Fantasía occidental” y se convirtió en nuestra alma máter musical. Acuden a mí en este momento mágico los versos del poema “En la tarde” de Kavafis: “Un eco de mis días de indulgencia, un eco de aquellos días vuelve a mí, algo del fuego de la joven vida que compartimos”. Hasta aquí llego, no puedo permitir que Silvio, cantante alegre, festivo, pleno de energía vital, me ponga melancólico. Me lanzo a tomar el antídoto: la explosiva versión (con fantásticas pinceladas del inglés torrebabeliano del rockero sevillano incluidas) que Silvio y Luzbel grabaron en 1980 (aunque sin el “good”) de “Good Rockin’ Tonight”, el clásico del rhythm and blues compuesto en 1947 por Roy Brown. Escuchando a Silvio y Luzbel parece que hubieran estado en Sun Records, allá por septiembre de 1954, cuando Sam Phillips aleccionaba a Elvis Presley para que, dejando intacto el blues, se concentrase especialmente sobre el ritmo en su interpretación del tema de Brown. Por cierto, recuerdo todavía lo que en la televisión contestó Silvio a un periodista que le preguntó sobre lo que había hecho el día que murió Elvis: “Me puse mi chupa de cuero y me tomé una botella de anís. Como murió en agosto, no veas qué calor con la chupa". Roy Brown, Elvis, Silvio: “la expresión era la misma”.


Silvio y Luzbel: Rockin' Tonight



Silvio y Luzbel: Tri Tri Tristeza



Elvis Presley: Good Rockin' Tonight



Paco de Lucía: Mi niño Curro




lunes, 20 de septiembre de 2010

VUELTA A LAS RAÍCES (Una memoria musical del estío por entregas). Capítulo 3



Capítulo 3. Miguel Ríos: Memorias de la carretera

Comienza un videoclip en televisión que consigue atraer mi atención. Una galería de intérpretes del panorama musical hispano (Pereza, McClan, Juanes, Rosendo, Amaral) hacen piña en torno a Miguel Ríos, con el que interpretan un rock and roll bastante ortodoxo, entonando al unísono el melódico estribillo “bye bye, Ríos, goodbye”. Además del evidente sabor a despedida, capto también en el ambiente los efluvios de un sentido homenaje colectivo. Unos días después, en un programa radiofónico veraniego (de esos en los que a falta de otro tipo de contenidos, los culturales parecen convertirse en tabla de salvación), escucho una entrevista con el propio Miguel Ríos. Explica que, tras 50 años de carrera, se retira de la música (“Mike se quiere jubilar” se oía en la canción-homenaje), que siente que ya no tiene las enormes dosis de fuerza que el rock requiere. Se despedirá de su público con una minigira de tres conciertos; para uno de ellos “volverá a Granada” una vez más. Creo que Miguel Ríos debe considerarse un privilegiado: que un rockero pueda tener un retiro feliz, cuidadosamente planificado, a los 66 años no ha sido precisamente la norma entre los músicos de su generación, donde se hizo bastante habitual la jubilación anticipadísima por muerte prematura (léase el interesante libro sobre el tema “Cadáveres bien parecidos” de Jordi Sierra i Fabra y Jordi Bianciotto). Estoy contigo, Miguel, “dejarlo a tiempo es una gran victoria”, como dice la letra de “Bye Bye, Ríos”, sobre todo cuando parece que afortunadamente se ha cumplido aquello que cantabas por 1979, que “los viejos rockeros nunca mueren”. Me acuerdo entonces que, entre mis CDs, me he traído uno de Miguel de 2008, “Solo o en compañía de otros”, jerga criminalista para un disco que podíamos tildar de rarezas: versiones, colaboraciones, etc. El disco se abre con un tema por el que siento debilidad y que cobra en este momento plena actualidad: “Memorias de la carretera”. Es un rock magnífico con letra del propio Miguel y música de Carlos Raya, gran guitarrista y productor musical (de Fito y Fitipaldis en esta última época). La canción combina un rock ampuloso, plateresco, diríase que cuasi-sinfónico con otro más directo, espontáneo, clásico, en un maridaje que creo define en gran parte el estilo de Miguel Ríos y que encontró su máxima expresión en los gloriosos tiempos del “Rock and Ríos”. Es una preciosa canción del recuerdo y de la carretera, donde un Miguel Ríos que parecía iniciar la despedida mira con lucidez hacia atrás: “Llegar a la meta o morder la cuneta. Estrellas fugaces. Flores de desguace. Todo por la gloria que da el escenario. Todo por la patria de vivir sin horario. Tener por bandera una banda rockera y un buen botiquín para la ronquera. Brindar por los sueños de mi alma viajera, y cantar mis memorias de la carretera”. Miguel, que ha vivido la mayor parte de su existencia “en la carretera, aparcado en un blues” y que conoció en primera persona las “carreteras secundarias” del tardofranquismo, bellamente evocadas en la entrañable road movie de Emilio Martínez-Lázaro, nos regala un verdadero himno al estado natural del rockero: el kerouaciano “on the road”. Está claro que para el rockero de verdad se cumple al milímetro la máxima taoísta de que la meta es el camino.

Miguel Ríos: Memorias de la carretera



Miguel Ríos: Bye, Bye, Ríos



Miguel Ríos hace una versión en español de "Route 66" en su programa para TVE "¡Qué noche la de aquel año!"



VUELTA A LAS RAÍCES (Una memoria musical del estío por entregas). Capítulo 2




Capítulo 2. Sandro y Los de Fuego: Música de rock and roll / Moris: Zapatos de gamuza azul

Ya en la playa, con el recuerdo todavía caliente de la perfecta fusión del rock vasco de Fito y el argentino de Calamaro, aproximo mis pasos, cuando comienza a caer otra tórrida noche, hacia el lugar donde bastantes años atrás presencié un auténtico tumulto a las puertas de un restaurante. Al preguntar sobre lo que allí acontecía, recuerdo que una voz anónima dijo a mis espaldas: “Es que los Tequila están comiendo ahí dentro”. Venía a dar un concierto en la localidad el famoso grupo hispano-argentino, sostén del rock and roll más auténtico en verdaderos años de fuego para el género en España. Hacía poco había estado viendo en DVD varias canciones del concierto “En vivo mucho mejor”, ofrecido en 2001 en Galapagar (Madrid) por Ariel Rot, alma mater de Tequila, junto con el también argentino Alejo Stivel. Aunque con las lógicas variantes, pude comprobar con agrado que Ariel sigue fiel a la música que ha hecho de él lo que es y que su guitarra sigue igual de afilada. Durante el año, acudo fielmente a una cita semanal con él los jueves en el programa de la SER “La Ventana”. Él y Jaime Urrutia, el otrora líder de “Gabinete Caligari”, comentan y ofrecen a los oyentes una canción seleccionada especialmente para la ocasión por ellos. La elección de Ariel Rot suele encantarme casi siempre, así como sus muy personales apreciaciones y opiniones sobre la misma. Fue precisamente en una de estas ocasiones cuando trabé conocimento sobre Sandro, ídolo de masas en su momento en América Latina. Con motivo de su fallecimiento en enero de este mismo año, Ariel ofreció en el programa un tema suyo y aprovechó para destacar su genialidad y la devoción que, junto con muchos argentinos, sentía por él. Personaje difícil de encuadrar: fundador del rock argentino, estrella del pop, baladista romántico, actor cinematográfico, etc. Incluso recuerdo cómo Ariel llega a referirse a él como el “Elvis” argentino. Cuando llego a casa, escucho la enorme versión en castellano que junto con su grupo de entonces, “Los de Fuego”, hizo en 1965 – su época de pionero del rock argentino – del “Rock and Roll Music” de Chuck Berry, versioneado también con éxito en su momento por los Beatles: “Te invitaré a bailar el rock and roll nena, bailaremos como gustes, en el lugar que tú prefieras, al estilo que tú quieras”. Emocionado por los acordes de la canción de Sandro, no abandono la senda de los pioneros y, fetichista yo, me calzo los “Zapatos de gamuza azul” del maestro Carl Perkins pasados por el tamiz de Moris, otro genial rockero argentino al que tuvimos el honor de acoger en España a partir del año 1975 y que tanto contribuyó al desarrollo en nuestro país de un rock and roll de calidad cantado en español: ahí quedó para la posteridad su versioneadísimo himno rock “Sábado a la noche”, que aparecía encuadrado junto con “Zapatos de gamuza azul” en su LP de 1978 “Fiebre de vivir”. Creo que pocas veces ha sonado tan fresco y natural en español el rock and roll de verdad.

Sandro y Los de Fuego interpretan "Música de rock and roll"



Moris canta "Zapatos de gamuza azul"



Ariel Rot interpreta "Lo siento Frank" en el programa de la 2 "No disparen al pianista"



VUELTA A LAS RAÍCES (Una memoria musical del estío por entregas). Capítulo 1




“Todo un día de ocio te aguardaba: el mar en las primeras horas, de azul transparente aún frío tras la madrugada; la alameda a mediodía, pasada de luz su penumbra amiga; las callejas al atardecer, deambulando hasta sentarte en algún cafetín del puerto. Ocio maravilloso, gracias al cual pudiste vivir tu tiempo, el momento entonces presente, entero y sin remordimientos.

El recuerdo de unos días placenteros, de una experiencia afortunada en nuestro existir, puede cristalizar en torno a un objeto trivial que, al convertirse indirectamente en símbolo de aquel recuerdo, adquiere valor mágico. Y sin embargo, oh paradoja, bien que puedas evocar y ver dentro de ti la imagen de aquellos carritos del helado, no puedes en cambio recordar ni tararear dentro de ti el airecillo que sonaba, la musiquilla aquella, ahora inasequible, aunque idealmente siga sonando silenciosa y enigmática en tu recuerdo”.

[Luis Cernuda. “Ocnos”]


Durante el verano suele acompañarme casi siempre una poderosa e inevitable sensación de vuelta a las raíces: el ansiado reencuentro con la playa y el mar, con los mágicos escenarios de los veranos atemporales de la niñez, así como los valiosos momentos de ocio disfrutados en la compañía de gente a quien tengo que conformarme tan sólo con apreciar en la distancia el resto del año, fortalecen las raíces que me atan a la tierra y surten a mi cuerpo y alma de los nutrientes vitales necesarios para poder ser y estar. En lo relativo a mi afición musical, parece ocurrirme algo curiosamente parecido: por muy extensa que sea la agenda de audiciones pendiente de los meses anteriores que me llevo a cuestas, el estío parece empeñarse tozudamente en devolverme a la génesis de mi pequeño universo sonoro, a melodías y ritmos primigenios, fundacionales, que en buena medida configuran la estructura de mi ADN musical. Permitidme que comparta con vosotros en mi blog, al modo de la novela por entregas decimonónica, las pequeñas memorias – como diría Saramago – de un verano, que han cristalizado en torno a un puñado de canciones que siguen sonando en mi recuerdo – como diría Cernuda.

Capítulo 1. Fito y Fitipaldis y Andrés Calamaro: Quiero ser una estrella

Sábado por la noche, inminente ya la llegada del período vacacional (me encanta la formulación burocrática de las anheladas vacaciones de verano), me recuesto cansado en el sofá y recorro fugazmente los canales de televisión. En uno dedicado por entero a la música española, encuentro ya empezado un documental sobre la grabación de “Antes de que cuente diez”, el último disco de Fito y Fitipaldis, una de las bandas del panorama rockero español actual que más me gustan. A la manera de los Stones del “Exile On Main Street”, han marchado al sur de Francia, a la preciosa región de Las Landas, para completar parte del proceso de grabación de su disco en los Estudios Du Manoir, emplazados en un enorme y antiguo caserón rodeado de un frondoso bosque, cerca de la costa atlántica. Según se desprende de las imágenes del documental, la reclusión en un paraje natural con verdadero encanto le ha sentado mucho mejor a la dinámica interpersonal del grupo de Fito de lo que lo hizo en su momento a la banda de Jagger y Richards. La bucólica armonía del entorno se apodera de Fito, quien, a la manera del Cosimo de “El barón rampante” de Italo Calvino, abandona la mansión para encaramarse a la rama de un árbol, mandolina country en ristre, y fundir las notas de su instrumento con los sonidos naturales del bosque. Espoleado por el documental, decido alargar la magia del momento visionando el doble DVD de un concierto de la gira de 2007 “2 son multitud”, en la que Fito y sus músicos compartían escenario con Andrés Calamaro y los suyos. El tándem es magnífico: un rockero que atiende a la letra de sus canciones y un cantautor con querencia rockera. Disfruto especialmente de la versión del tema de Los Rebeldes “Quiero ser una estrella”, una afilada crónica del fulgurante ascenso a la fama y posterior caída de una estrella del rock de uno de mis grupos de cabecera durante los 80. Contemplo con agrado el renacer del espíritu subversivo del rock, algo muy necesario en estos tiempos de anestesia general: en un momento de inspiración, entre la orgía guitarrera que domina el escenario, Calamaro cambia a la “rubia de buen ver” que se ligaban en el original Los Rebeldes por “un travesti que es portada de Interviú”. Rápidamente visualizo con nitidez otro travesti dibujado por el irredento Joaquín Sabina en su canción “Ocupen su localidad” de 1984, cuando era un cantautor rockero fetén: “Hermosos jóvenes nazis bailarán un Rock and Roll con un famoso travesti capitán de la legión” (Atención a la eliminación de la referencia castrense, que se convierte en “matarilerilerón” en la actuación televisiva de Sabina que ofrezco. ¡Cosas de la España de la época!).

Fito y Fitipaldis y Andrés Calamaro interpretan "Quiero ser una estrella" durante su gira "2 son multitud"



Los Rebeldes interpretan "Quiero ser una estrella" en los 80 en el mítico programa de TVE "La Edad de Oro", presentado por Paloma Chamorro



Joaquín Sabina canta "Ocupen su localidad" en los 80 en el innovativo programa "Si yo fuera presidente", presentado por Fernando García Tola


domingo, 19 de septiembre de 2010

GLORIA GRAHAME, THERE'S SOMETHING 'BOUT YOU BABY I LIKE



“Gloria Grahame, californiana, hija de un diseñador industrial y de una actriz inglesa, fue una mujer bellísima, rubia, con una mirada tan viva como velada por los misterios. Se especializó en papeles de chica mala en películas policíacas. Ganó un Oscar por “Cautivos del mal”. Trabajó a las órdenes de algunos de los mejores –Capra, Dmytrick, De Mille, Von Sternberg, Minnelli, Lang, Zinnemann-, pero su carrera se hundió estrepitosamente a fines de los 50. Para el público no es una de las grandes. Puede decirse que hoy es una desconocida.

El lunes vi “En un lugar solitario” en el programa de Garci, y experimenté, con toda nitidez, una sensación que ya había vivido con Gloria Grahame, pero que tenía totalmente olvidada: auténtica turbación, inquietud, desasosiego, nervios. ¿Será por cómo se metía Gloria las manos en los bolsillos de la falda?.”

[Manuel Hidalgo. “El testigo indiscreto”]


“En un lugar solitario” (“In A Lonely Place”. Nicholas Ray. 1950) contiene una de mis grandes escenas-fetiche: Humphrey Bogart y Gloria Grahame sentados hombro con hombro en un acogedor night-club, apoyados sobre la tapa del piano con el que se acompaña la vocalista Hadda Brooks en su interpretación de la maravillosa canción “I Hadn’t Anyone Till You”. Pasión amorosa, complicidad esencial, miradas bellamente esculpidas en un precioso blanco y negro. Delicada luz de lámparas de mesita, cocktails sobre la madera del piano, poderoso erotismo del ritual del tabaco, magistral zoom inverso de Ray. El amor detiene el tiempo y crea su propia realidad, el tú y el yo solos en la compañía de los otros, una atmósfera irrepetible eternizada por el celuloide. Para Bogart estar ante la cámara era ser, para Gloria Grahame era suficiente estar. Gloria, para mí sí eres una de las grandes. Como dice una canción de Status Quo que me gusta, “there’s something ‘bout you baby I like” (“hay algo de ti nena que me gusta”): ¿será que tu enigmática belleza no necesita del 3D para atravesar la pantalla?.


Fragmento de la película "En un lugar solitario" que incluye la escena del piano, con Hadda Brooks interpretando “I Hadn’t Anyone Till You”.



Hadda Brooks: "The Thrill Is Gone"



Status Quo: Something 'Bout You Baby I Like