Durante el período de rebajas del pasado mes de enero, conseguí hacerme con la más reciente reedición en cuatro CDs de la práctica totalidad de la producción de música religiosa de Elvis Presley, I Believe. The Gospel Masters. Al poseer ya la mayoría del material, me atraía sobre todo el hecho de que las grabaciones originales se hubiesen remasterizado empleando la más reciente tecnología DSD (Direct Stream Digital) y, sin duda, la óptima calidad de sonido de la que he podido disfrutar ha cubierto con creces mis expectativas.
De todo el ingente legado musical de Elvis, su música gospel ocupa ciertamente un lugar privilegiado entre mis preferencias. De hecho, siempre he pensado que la excelencia como vocalista de Elvis proviene precisamente de las enormes dosis de pericia vocal, emoción, sinceridad y espiritualidad que su profundo y amplísimo conocimiento del género gospel le permitió insuflar a sus grabaciones seculares. En este sentido, es muy reveladora una rueda de prensa que concedió en Canadá allá por el año 1957. Me imagino que influido por la reciente visión, en el famoso programa de televisión de cobertura nacional The Ed Sullivan Show, de una excelente interpretación en directo y casi a capella por Elvis del clásico Peace in the Valley, arropado por el cuarteto de gospel The Jordanaires, un periodista le preguntó que si le gustaría poder llegar a grabar un disco completo de gospel y que, en el caso de hacerlo, quizá podría incluir en él “algunas canciones religiosas que conociese”. A esto le respondió Elvis, dejando muy claro que la selección de tan sólo diez o doce temas para el disco no iba a ser precisamente tarea fácil, lo siguiente: “Conozco prácticamente todas las canciones religiosas que se han escrito”.
Escuchando los cuatro CDs a los que me refería al principio, he tenido la oportunidad de redescubrir en el primero una pieza que me parece una auténtica joya, Mansion over the Hilltop, compuesta en 1949 por Ira F. Stanphill, uno de los grandes nombres del Southern Gospel, esa maravillosa plasmación musical de la religiosidad popular de los blancos del sur de los Estados Unidos. Elvis grabó este tema en los estudios de la RCA en Nashville el 30 de octubre de 1960, para su primer larga duración dedicado por completo a la música religiosa, His hand in mine, y lo hizo como homenaje personal a The Blackwood Brothers, famoso cuarteto de gospel que solía incluir esta canción en su repertorio habitual, y al que muchas veces escuchó Elvis cantar en las largas veladas de música religiosa a las que asistía durante su adolescencia, y habitualmente en compañía de su padres, en el Ellis Auditorium del centro de Memphis, su ciudad de residencia.
La canción, de muy simple armazón musical, me parece sin embargo conmovedora en su profunda espiritualidad. Mientras escuchaba la sentida, exquisita y sincera interpretación de Elvis (Gordon Stoker, primer tenor de The Jordanaires, que hacen los coros en este tema, nos aporta un comentario de primera mano profundamente esclarecedor: “Creo que Elvis creía en todas y cada una de las palabras de la letra de las canciones religiosas que interpretaba”), la acción combinada del poder evocador de la música y de los inextricables vericuetos por los que puede llegar a transitar la mente humana tuvo en mí un curioso y sorprendente efecto (quizá parecido al del protagonista del poema Kubla Khan de Coleridge, en su anhelo de edificar en el cielo la cúpula del placer de Xanadú inspirado por la memoria de la canción de la doncella abisinia). Me sentí exactamente como si caminase al borde del desfallecimiento, bajo una intensa nevada, junto al actor británico Ronald Colman (atesoro en mi memoria cinéfila su descomunal despliegue interpretativo en la magnífica película de George Cukor de 1947 “Doble vida” / A Double Life) y el resto de sus compañeros de expedición por las escarpadas laderas y estrechos desfiladeros de las montañas de Kunlun, en el Himalaya, hacia la ciudad mítica de Shangri-La.
Hacía unos meses que, después de muchos años, había vuelto a ver en DVD la entrañable utopía fílmica de Frank Capra, del año 1937, “Horizontes Perdidos” (Lost Horizon). Y había tenido la oportunidad de comprobar que el fabuloso edén tibetano levantado por la cámara de Capra seguía ejerciendo sobre mí la misma poderosa fascinación que la primera vez que vi la película en mi niñez. La voz de Elvis me transportó a Shangri-La:
I’ve got a mansion just over the hilltop
In that bright land where we'll never grow old
And some day yonder we will never more wander
But walk on streets that are purest gold
Don't think me poor or deserted or lonely
I'm not discouraged I’m heaven bound
I'm but a pilgrim in search of the city
[Tengo una mansión justo sobre la cima de la montaña,
en esa tierra soleada donde nunca envejeceremos,
y algún día ya no deambularemos más por acá o por allá,
sino que caminaremos por calles de oro puro.
No creas que soy pobre, solitario o estoy desamparado,
no me puede el desánimo, voy rumbo al cielo,
sólo soy un peregrino en pos de la ciudad.]
Aunque lógicamente Mansion over the Hilltop describe el cielo del cristianismo, en mi mente se abrió un inmenso ventanal a Shambhala, el mítico y fabuloso reino del budismo recreado como Shangri-La por Capra, puesto que los puntos en común eran demasiado poderosos: ciudad en lo alto de las montañas, permanente clima soleado (es curiosa la manera en la que, en el filme, los expedicionarios perdidos pasan en cuestión de minutos de una intempestiva tormenta de nieve a un sol radiante), el recurrente mito de la eterna juventud (me resulta especialmente emocionante oir la línea que da nombre a esta entrada en la voz de un Elvis eternizado en sus 25 años por la magia de la música), las riquezas por doquier (el estafador Henry Barnard, interpretado por el siempre genial Thomas Mitchell, decide renunciar a abandonar Shangri-La cegado por la codicia que en él despiertan las minas de oro que parecen esconderse bajo las laderas de sus montañas), el peregrino que no desmaya en su esfuerzo y encuentra al final la recompensa de la ciudad mítica, a pesar de todos los peligros y adversidades.
Creo que como Robert Conway, el personaje protagonista de Colman en “Horizontes Perdidos”, retornaré de nuevo a Shangri-La, pero siempre guiado a través de los angostos desfiladeros por la voz de Elvis susurrándome al oído las preciosas y cautivadoras notas de Mansion over the Hilltop.
Elvis Presley: Mansion over the hilltop
“Horizontes Perdidos” (1937) de Frank Capra: Llegada a Shangri-La
“Horizontes Perdidos” (1937) de Frank Capra: Banda sonora de Dimitri Tiomkin
Frank Capra habra sobre “Horizontes Perdidos” en The Dick Cavett Show (21 de enero de 1972)
Elvis Presley: Amazing Grace
No hay comentarios:
Publicar un comentario