




El vocablo inglés “all-star cast” hace referencia a un reparto estelar o de primeras figuras. En la época dorada de Hollywood, en la que el propio nombre de los actores era el mejor reclamo para atraer a los espectadores a la taquilla, fue práctica habitual reunir a verdaderas constelaciones de intérpretes para que integrasen el plantel de una película, eso sí, siempre que el estudio en cuestión estuviese en disposición de rellenar uno de esos agujeros negros que dicen que abundan por el espacio sideral de billetes con las efigies de Washington, Lincoln y Franklin; a botepronto, mencionaría como ejemplo la famosa película bélica sobre el desembarco de Normandía “El día más largo” (‘The Longest Day’. K. Annakin, A. Marton y B. Wicki. 1962), con un “cast” de astros de la gran pantalla quizá más largo que el propio día en cuestión. Allá por 1966 el cine español, en lo tocante a poderío económico, infraestructura general y sentido del “entertainment”, navegaba fuera de órbita a muchos años luz del cine norteamericano. Sin embargo, fue en esa fecha cuando se estrenó una película en la que participó el más espectacular “all-star cast” que hasta ese momento había conocido nuestro cine. El filme en cuestión era “Hoy como ayer” dirigido por Mariano Ozores. Aparte de la propia extrañeza que produce la aplicación del vocablo del que aquí tratamos a la industria cinematográfica española de los años 60, la espectacular congregación de actores que se dio cita en torno a la película presenta un perfil muy especial: el motor principal del proyecto no fue la consecución de la espectacularidad cinematográfica vía reparto, sino la puesta en práctica de dos valores humanos muy definidos: la solidaridad y el compañerismo, tan a menudo ausentes del irracional y egoísta choque de egos en que parece transformarse la profesión cinematográfica allá donde ésta se practique. José Luis Ozores, actor por el que siento devoción y figura con enorme predicamento popular del teatro, cine e incipiente televisión de los 50 y primeros 60, llevaba ya varios años aquejado de esclerosis múltiple, una enfermedad sin cura y profundamente desconocida por aquel entonces, hasta el grado de que prácticamente no podía trabajar y estaba confinado en una silla de ruedas. Esto, a su vez, le había conducido a él y a su familia -esposa y tres hijos (la mayor de ellos, la ahora consolidada actriz de cine, teatro y televisión Adriana Ozores)- a una difícil situación económica. Los actores y actrices que integraron el reparto de “Hoy como ayer”, probablemente todavía a día de hoy uno de los más generosos, solidarios y, para mí, emocionantes, que en nuestro cine hayan sido jamás, aceptaron participar en la película sin llevarse una sola peseta, ya que, sin excepción, cedieron la totalidad de sus honorarios a la familia de José Luis. La razón que les movió a ello: ayudar a un compañero hacia el que la totalidad de la profesión actoral en España profesaba un cariño y respeto excepcionales. Escuchando un día un programa radiofónico, oí comentar al experto escritor sobre cine Juan Tejero (autor de los famosos libros denominados “Este rodaje es la guerra”) que, a diferencia del cine norteamericano, el español, sobre todo el de épocas pretéritas, presenta una ostensible falta de bibliografía seria y especializada, por lo que, en la mayoría de las ocasiones, si se quiere indagar sobre él, hay que recurrir a las biografías o memorias de directores o actores. Es precisamente esto en lo que ando metido estos días, leyendo “Respetable público” (2002), las extensas memorias de Mariano Ozores, hermano de José Luis (y de Antonio) y, como señalé antes, director de la película que aquí me ocupa. A partir de este momento, le cedo a él la palabra para que, en valiosa primera persona, nos ilustre sobre las circunstancias que rodearon la gestación, rodaje y estreno en cines de “Hoy como ayer”:
“A finales de ese 1965, mi hermano José Luis, a pesar de su enfermedad, que ya no le permitía caminar, estrenó en el Teatro Alcázar de Madrid “El poder”, una obra dramática que Joaquín Calvo Sotelo escribió para él, ya que se trataba de una intriga palaciega situada en el siglo XV en la que un hombre impedido lucha por conservar el poder. Dirigió Adolfo Marsillach. Los admiradores de mi hermano quedaron sobrecogidos al ver cuál era la verdadera situación física de Peliche [apodo familiar de José Luis] y esta impresión se reflejaba en el espantoso silencio que acogía el momento en que el protagonista tenía que ponerse en pie, sin, por supuesto, alejarse de la silla de ruedas en la que interpretaba toda la obra.
José María Ramos, que había sido jefe de producción de trabajos anteriores míos, nos propuso la realización de una película en homenaje a nuestro hermano José Luis en la que colaborarían desinteresadamente varios compañeros de profesión. El sueldo lo cederían en su favor. La familia, agradecida a la intención, aceptó y, prácticamente, todo el censo profesional se prestó a colaborar. Sabíamos que Peliche era muy querido por sus amigos y compañeros, pero la respuesta fue emocionante. Rafael Mateo Tarí, con su empresa productora PEFSA, se encargó de la producción y Chamartín la distribuyó.
Había que hacer un guión en el que pudieran intervenir tantas figuras pero sin que su colaboración supusiera más de un día de trabajo, para no abusar de su generosidad (…) “Hoy como ayer” trata de un investigador –José Luis- que en una biblioteca prepara un estudio sobre la frase “Cualquier tiempo pasado fue mejor”, con la intención de desacreditarla (…) El rodaje fue muy complicado porque había que supeditarlo a las fechas que los generosos intérpretes tuvieran libres en sus trabajos, pero muy satisfactorio porque la colaboración de todos fue total. Tuve la satisfacción de trabajar por primera y, lamentablemente, única vez con Paco Rabal (…) “Hoy como ayer” fue vista por 913. 065 espectadores, recaudó 14.419.373 pesetas y fue estrenada a finales de agosto en cuatro cines de Madrid simultáneamente, cosa que no era muy frecuente entonces. Para que tengamos una idea de lo que significan esos novecientos y pico mil espectadores, de las 75 películas producidas en 1999, sólo cuatro o cinco han alcanzado esa cifra”. [pp. 132-4]
Algo menos de dos años después del estreno de la película, en concreto el 10 de mayo de 1968, José Luis Ozores fallecía en Madrid a los 44 años. El espíritu de “Hoy como ayer” seguía plenamente vivo y presidió en todo momento el entierro del actor, según recuerda todavía con honda emoción en su libro su hermano:
“El entierro fue emocionante. A hombros de sus compañeros de profesión salió del tanatorio de la clínica y en la calle nos encontramos con una nutrida multitud que le tributó una larga ovación que él ya no pudo oír. Los, para él, últimos y tristes aplausos (…) Peliche está en mí constantemente como si aún estuviera vivo. Han pasado más de treinta años y todavía (…) cuando veo una de sus películas se mezclan en mí la tristeza del recuerdo con la alegría de ver que todavía lo siguen con admiración, cariño y respeto” [pp. 152-3]
Puede pensarse que he escrito aquí sobre cine; pues no, creo que en realidad he escrito sobre humanidad, sobre sensibilidad y benignidad hacia nuestros semejantes, sobre aquello que, en último término, nos hace ser lo que somos, seres humanos. Humanidad de los compañeros de gremio de José Luis. Humanidad que rezuman las conmovedoras líneas escritas por su hermano Mariano aquí reproducidas. Humanidad del propio José Luis; éste es principalmente el rasgo que, para mí, mejor lo define como actor y que, ante mis ojos, lo reviste de considerables dosis de atemporalidad y universalidad. Su vis cómica era innegable, quizá, junto con la de Pepe Isbert, de las mayores de nuestro cine: vis cómica endocéntrica, saliendo hacia fuera desde muy dentro de su propia persona, graciosa ya simplemente colocada delante del objetivo de la cámara. Pero, como le decía yo este verano a un amigo que me habló de los Ozores en una conversación de orilla del mar al atardecer –lugar y momento para grandes reflexiones y confesiones-, José Luis, de largo el miembro con más talento de la saga, era la humanidad hecha actor: sólo con su mirada podía despertar en el espectador cualquiera de las partículas elementales de emoción de las que se compone nuestra existencia: alegría, afecto, ternura, tristeza, melancolía, compasión. Hace ya bastante tiempo que no veo “Hoy como ayer”, pero tirando de memoria, creo que seré capaz de dibujar aquí dos estampas de José Luis en el filme que ilustrarán lo que acabo de exponer. Por un lado, su imagen sedente en la soledad de su mesa de investigador en la biblioteca (innegociable exigencia del guión de su propia vida), visionando viejas filmaciones que le ayudasen a demostrar lo falaz de la tesis de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, crudelísima ironía dado lo terrible de su situación presente mientras se rodaba el filme. Por otro, el hilarante cuadro con colorido pop de José Luis tocado con melena Beatle sentado al órgano Hammond, acompañando desbocado a la que todavía por aquellos entonces se presentaba como Conchita Velasco, en su interpretación del famoso tema de Augusto Algueró y Joaquín Guijarro “La Chica Ye-Yé”. Estaba claro que el mayor de los tres hermanos Ozores, como el payaso que es capaz de hacer reír mientras llora, se aferraba con fuerza a eso de que “The show must go on”, mientras que la vida se le escapaba irremediablemente a borbotones por entre los rincones de su maltrecho sistema nervioso.
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