

Benítez (Manuel Alexandre): ¡Oye!
Galindo (José Luis López Vázquez): ¿Qué?
Benítez: ¿Podrías darme uno de quinientas como anticipo?
Galindo: Como anticipo ¿de qué?
Benítez: Del atraco.
Galindo: Pero, ¿tú te crees que en un atraco se dan anticipos?
Benítez: Chico, yo es el primero que hago y no sé la costumbre.
Galindo: ¡Vete a tu sitio!
Benítez: Oye, que me hace mucha falta.
Galindo: ¡Siéntate y calla la boca!. ¡Aficionados! ¡que sois todos unos aficionados!
[Diálogo de la película "Atraco a las tres" (José María Forqué. 1962)]
Mañana de día festivo. Madrugar porque uno quiere. Percatarse de la tímida belleza del sol recién llegado. Disfrutar del acendrado ritual del desayuno. Me gusta la compañía matinal de la radio, cuando aún se calientan motores para el resto de la jornada. Informan de que hace poco más de una hora ha fallecido en Madrid a la edad de 92 años el actor Manuel Alexandre. De inmediato, un verdadero torbellino de imágenes inolvidables se desencadena en mi memoria cinéfila. El entrañable tonto del pueblo al que, mientras duerme en un vagón de tren abandonado, se le aparece un genial San Dimas/Pepe Isbert, ataviado con vestimenta digna de Cabalgata de Reyes de barrio, y se convierte así en protagonista involuntario de un milagro de marketing en “Los jueves, milagro” (Luis García Berlanga. 1957). El desdichado y desvalido reo condenado a muerte que, mientras es conducido al garrote vil, ve cómo a su verdugo (un espléndido Nino Manfredi, grande de la cinematografía europea), desplomado física y emocionalmente, lo tienen que arrastrar entre varias personas hasta su infame puesto de trabajo en “El verdugo” (Luis García Berlanga. 1963). El gris empleado de banca de una España gris, pobre diablo fanfarrón, sin un duro pero con efluvios de grandeza, obsesionado por encontrar hembra, que se ofrece patéticamente a la primera mujer con la que se cruza en la calle y que trata de ligar, rozando literalmente el acoso, con la inolvidable Gracita Morales, mientras sus compañeros de sucursal bancaria se afanan en trazar el plan del estrambótico golpe que preparan en “Atraco a las tres” (José María Forqué. 1962). El hilarante y esperpéntico hermano amnésico de la novia (una entrañable Laly Soldevilla), portador de una pizarrilla colgada al cuello en la que lleva escrita su dirección, por si acaso, en la simpar comedia negra-castiza-pop “Vivan los Novios” (Luis García Berlanga. 1969).
Siento que Manuel Alexandre brilla con luz propia en mi particular universo cinematográfico. Intelectual cultivado en la selecta compañía de escritores, actores y artistas en largas tardes de tertulia (cuando este término tenía un significado de verdad) en el madrileño Café Gijón (todavía recuerdo su fácil verbo, exquisita dicción y riqueza léxica, a pesar de la enorme emoción que en ese momento lo embargaba, durante su alocución al serle concedido el Premio Goya de Honor en 2003). Compañero de sus compañeros (en palabras de ellos, lo que de verdad vale), progresista, comprometido (poderosísima su imagen de patriarca octogenario, plena de autoridad moral, durante las protestas de artistas e intelectuales contra la Guerra de Irak, también en el año 2003). Y, sobre todo, primerísimo y principalísimo actor en innumerables papeles secundarios (más de 300 películas lo contemplan); me niego a llamarle “actor secundario”: normalmente, con mucho menos tiempo de exposición en pantalla que otros actores, su maestría interpretativa dejaba, no obstante, una huella indeleble en la retina del espectador. La mera presencia, por efímera que fuese, de Manuel Alexandre en una película solía disparar exponencialmente mi apreciación de la misma.
En materia de cine, como en tantos otros ámbitos vitales, tengo por norma conceder un mínimo valor a las categorizaciones, especialmente cuando éstas atienden a criterios de nacionalidad u origen. Me explico: etiquetas del estilo “nuevo cine estadounidense” (la cual leía no ha mucho en una reputada revista sobre el séptimo arte) tienen para mí poco significado más allá de la obvia ubicación espacio-temporal del cine en cuestión como realizado en Estados unidos en el presente. Sin embargo, a la hora de titular esta entrada, no dudé ni un instante de que la etiqueta “actor español” era la que más se ajustaba a la esencia actoral de Manuel Alexandre. Él es un actor español, al igual que Pepe Isbert, José Luis Ozores, José Luis López Vázquez o Alfredo Landa. Y no es ésta, ni mucho menos, una etiqueta vacía. Un actor español es un actor con una sólida formación teatral, forjado sobre las tablas de la escena antes de entrar en el radio de influencia de las cámaras y los focos. Un actor español es el hombre de la calle, cercano, creíble, entrañable tanto en sus virtudes como en sus defectos, en los que se ve reflejado con nitidez el propio espectador. Un actor español es poseedor de una voz característica, peculiar, inconfundible, verdadero instrumento que puede ser modulado, al antojo de su dueño, siempre al servicio de su vis cómica. Un actor español tiene un don especial para hacer reír y llorar, para divertir y emocionar a partes iguales al espectador (escucho en la radio al actor Álvaro de Luna, compañero y amigo de Manuel, al que acompañaba al Café Gijón en los últimos tiempos, decir que el joven Manuel Alexandre soñaba con interpretar grandes tragedias en el teatro y acabó triunfando con pequeñas comedias en el cine). Un actor español está dotado de una actoría que le emana de dentro, de su propia persona. Por esta razón, sus personajes resultan auténticos, naturales, engrandecen una escena por insignificante que ésta pudiese parecer, sin necesidad de recurso a métodos o técnicas prefabricados ni a estereotipados artificios interpretativos externos. El director José Luis Cuerda no ha podido resumir hoy con más claridad lo que he venido aquí exponiendo: “Manuel Alexandre era de esa raza de actores españoles de toda la vida que han hecho un gran cine”.
Efectivamente, Manuel Alexandre, actor español, ha cerrado hoy día 12 de octubre, Día de la Fiesta Nacional (¡qué irónica coincidencia!), la puerta a una época para mí memorable del cine español. Tan sólo queda que, esperemos que dentro de largo tiempo, Alfredo Landa eche definitivamente la llave. Con Manuel Alexandre se va un cine español gestado en condiciones a veces muy complicadas, con escasos medios económicos, en un entorno político-social dominado por la falta de libertad individual y colectiva, pero al fin y al cabo, y esto es lo que cuenta, un cine humano, tremendamente humano, de indudable calidad artística y evidente valor universal. Este pasado verano escuchaba una larga y reposada entrevista de Juan Cruz a Elvira Lindo. En ella, la escritora, gaditana de nacimiento y madrileña de adopción, le explicaba al periodista canario que durante su período de residencia en Nueva York solía poner en casa a sus amistades estadounidenses "El verdugo". Todos ellos sin excepción quedaban sobrecogidos e impactados por la contundencia del alegato en contra de la pena capital concebido hace ya la friolera de 47 años por el gran cineasta valenciano.
Esta tarde tengo una cita con Manuel Alexandre a las tres. No sé si le he entendido bien, pero parece que quiere dar un atraco.
Encabezando la entrada, de arriba hacia abajo, fotograma de la boda de "Vivan los novios", con grandes actores españoles: José María Prada, José Luis López Vázquez, Laly Soldevilla y Manuel Alexandre (pizarrilla informativa incluida, ¡que no se quitó ni para la boda de su hermana!); foto de artistas e intelectuales habituales del Café Gijón, con un jovencísimo Manuel Alexandre en el centro de la fila superior.
Escenas con Manuel Alexandre como fanfarrón empleado de banca en "Atraco a las tres"
Escenas finales, con Manuel Alexandre como reo a punto de ser ejecutado, de "El Verdugo"
Escenas de "Los jueves, milagro", incluyendo la magistral del milagro, con Manuel Alexandre
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