


“Todo un día de ocio te aguardaba: el mar en las primeras horas, de azul transparente aún frío tras la madrugada; la alameda a mediodía, pasada de luz su penumbra amiga; las callejas al atardecer, deambulando hasta sentarte en algún cafetín del puerto. Ocio maravilloso, gracias al cual pudiste vivir tu tiempo, el momento entonces presente, entero y sin remordimientos.
El recuerdo de unos días placenteros, de una experiencia afortunada en nuestro existir, puede cristalizar en torno a un objeto trivial que, al convertirse indirectamente en símbolo de aquel recuerdo, adquiere valor mágico. Y sin embargo, oh paradoja, bien que puedas evocar y ver dentro de ti la imagen de aquellos carritos del helado, no puedes en cambio recordar ni tararear dentro de ti el airecillo que sonaba, la musiquilla aquella, ahora inasequible, aunque idealmente siga sonando silenciosa y enigmática en tu recuerdo”.
[Luis Cernuda. “Ocnos”]
Durante el verano suele acompañarme casi siempre una poderosa e inevitable sensación de vuelta a las raíces: el ansiado reencuentro con la playa y el mar, con los mágicos escenarios de los veranos atemporales de la niñez, así como los valiosos momentos de ocio disfrutados en la compañía de gente a quien tengo que conformarme tan sólo con apreciar en la distancia el resto del año, fortalecen las raíces que me atan a la tierra y surten a mi cuerpo y alma de los nutrientes vitales necesarios para poder ser y estar. En lo relativo a mi afición musical, parece ocurrirme algo curiosamente parecido: por muy extensa que sea la agenda de audiciones pendiente de los meses anteriores que me llevo a cuestas, el estío parece empeñarse tozudamente en devolverme a la génesis de mi pequeño universo sonoro, a melodías y ritmos primigenios, fundacionales, que en buena medida configuran la estructura de mi ADN musical. Permitidme que comparta con vosotros en mi blog, al modo de la novela por entregas decimonónica, las pequeñas memorias – como diría Saramago – de un verano, que han cristalizado en torno a un puñado de canciones que siguen sonando en mi recuerdo – como diría Cernuda.
Capítulo 1. Fito y Fitipaldis y Andrés Calamaro: Quiero ser una estrella
Sábado por la noche, inminente ya la llegada del período vacacional (me encanta la formulación burocrática de las anheladas vacaciones de verano), me recuesto cansado en el sofá y recorro fugazmente los canales de televisión. En uno dedicado por entero a la música española, encuentro ya empezado un documental sobre la grabación de “Antes de que cuente diez”, el último disco de Fito y Fitipaldis, una de las bandas del panorama rockero español actual que más me gustan. A la manera de los Stones del “Exile On Main Street”, han marchado al sur de Francia, a la preciosa región de Las Landas, para completar parte del proceso de grabación de su disco en los Estudios Du Manoir, emplazados en un enorme y antiguo caserón rodeado de un frondoso bosque, cerca de la costa atlántica. Según se desprende de las imágenes del documental, la reclusión en un paraje natural con verdadero encanto le ha sentado mucho mejor a la dinámica interpersonal del grupo de Fito de lo que lo hizo en su momento a la banda de Jagger y Richards. La bucólica armonía del entorno se apodera de Fito, quien, a la manera del Cosimo de “El barón rampante” de Italo Calvino, abandona la mansión para encaramarse a la rama de un árbol, mandolina country en ristre, y fundir las notas de su instrumento con los sonidos naturales del bosque. Espoleado por el documental, decido alargar la magia del momento visionando el doble DVD de un concierto de la gira de 2007 “2 son multitud”, en la que Fito y sus músicos compartían escenario con Andrés Calamaro y los suyos. El tándem es magnífico: un rockero que atiende a la letra de sus canciones y un cantautor con querencia rockera. Disfruto especialmente de la versión del tema de Los Rebeldes “Quiero ser una estrella”, una afilada crónica del fulgurante ascenso a la fama y posterior caída de una estrella del rock de uno de mis grupos de cabecera durante los 80. Contemplo con agrado el renacer del espíritu subversivo del rock, algo muy necesario en estos tiempos de anestesia general: en un momento de inspiración, entre la orgía guitarrera que domina el escenario, Calamaro cambia a la “rubia de buen ver” que se ligaban en el original Los Rebeldes por “un travesti que es portada de Interviú”. Rápidamente visualizo con nitidez otro travesti dibujado por el irredento Joaquín Sabina en su canción “Ocupen su localidad” de 1984, cuando era un cantautor rockero fetén: “Hermosos jóvenes nazis bailarán un Rock and Roll con un famoso travesti capitán de la legión” (Atención a la eliminación de la referencia castrense, que se convierte en “matarilerilerón” en la actuación televisiva de Sabina que ofrezco. ¡Cosas de la España de la época!).
Fito y Fitipaldis y Andrés Calamaro interpretan "Quiero ser una estrella" durante su gira "2 son multitud"
Los Rebeldes interpretan "Quiero ser una estrella" en los 80 en el mítico programa de TVE "La Edad de Oro", presentado por Paloma Chamorro
Joaquín Sabina canta "Ocupen su localidad" en los 80 en el innovativo programa "Si yo fuera presidente", presentado por Fernando García Tola
No hay comentarios:
Publicar un comentario